De repente una narcosis intensa
me sumerge en tus arrecifes de corales
o de estrellas,
bañados por olas de pétalos de rosas
y bruma espesa que sabe a miel;
tus cabellos jugando en el viento
o el acariciándolo -pequeña suerte-
no se bien.
La tarde cae dibujando el horizonte
envuelto en caracolas ocres,
perfumado por el bálsamo
de la suave briza del mar,
agitándose en tu cuerpo.
Precisamente ahí
donde muere el instante fugaz
se trasmuta el brillo de tus ojos
en ese tiempo eterno, perenne.
Destellos cristalinos
que encierran el universo,
en el preludio de la noche
cultivados de gloria,
despojados de misterios.
Y un muelle taciturno,
ajeno de ti,
deseando que ancles en él
tu delicado cuerpo de sirena.
Doy fe que la noche en ti
es la verbena por la cual velan mis sueños.

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