A ti, que me engendraste una noche cualquiera sin pensar que sería yo el afortunado de tener una madre como tú.
A ti, que me pariste con dolor aquel día en que Dios me bendijo con la oportunidad de venir a este mundo.
A ti, que me acompañaste cada día de mi infancia enseñándome lo bueno y lo malo de esta vida.
A ti, que me aconsejaste cada vez que sentía que el dolor brotaba por mis venas y los días eran eternos.
A ti, que pusiste la espalda para que nunca nada me faltara y sin embargo nunca supe agradecerte.
A ti, que fuiste la vela que nunca se apago en medio de las interminables noches oscuras donde el consuelo eran las lágrimas.
A ti, que siempre estuviste para levantarme cada vez que tropezaba por culpa de la ceguedad de mi egoísmo.
A ti, que fuiste la leona que defendió con garras y dientes mi vidas sin importar que el motivo fuese equivocado.
A ti, que cada vez que te sentías mal siempre sonreíste para no demostrarte débil ante mí el más indefenso.
A ti, que eres la imagen de mi madre María, que llevas la belleza de Venus en la sangre, el amor de una afrodita, el coraje de una Juana de arco y la bondad de una santa Teresa.
A ti, que eres una mujer de un valor agregado a mi vida difícil de pagar.
A ti, con estas simples palabras que no bastan para agradecer una vida de felicidad.
A ti, gracias por ser la mujer ejemplar de mi vida, guía de mis pasos, luz de mi camino.
A ti, simple y humildemente gracias.
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