Contemplándola a hurtadillas y silenciosamente, un tono de nostalgia se desteñía de su alma en el brillo de sus ojos, que se clavaban en el horizonte recreando en ellos el reflejo de las estrellas que iban despertando de a poco. Ya nadie iba quedando en el lugar, pero a ella no parecía exasperarla. Algo debía hipnotizar a aquella mujer, pues parecía que su mente de seguro no estaba allí, se encontraría divagando en algún recuerdo, figurándose momentos que había dejado escapar, quizás algún amor que la esperaba y que no supo como llegar.
Ya no importaban las olas, ni el muelle, ni las barcas, ni nada que no fuera la imagen de aquella bella dama sentada a orillas del lago. Todo su ser había acaparado todos mis sentidos, podía sentir su fragancia invadiendo mis pulmones provocando un embeleso cautivador que incito un estimulo incontrolable de llegar hasta ella.
Llevo una de sus manos hasta sus bolsillos y saco un cigarrillo poniéndolo suavemente sobre sus labios, con la otra mano tanteo entre sus prendas tratando de encontrar algo. Ese era el momento indicado. Me acerque lentamente tratando de no asustarla, saque el encendedor, encendí la llama y le ofrecí prender su cigarrillo.
-gracias, parece que he olvidado mi encendedor por algún lado- dijo con un tono de voz tranquilo, dando una pitada profunda y soltando gradualmente el humo.
-de nada- conteste casi afásico. Es como si los nervios hubieran invadido mi cuerpo sin saber que decir. La refulgencia de la noche me dejo contemplar una maravilla de rostro, que mas allá de no llevar maquillajes, era de una especial encanto. A sus ojos color miel los coronaban unas cejas arqueadas tan naturales que parecían mentira; velando esos ojos, grandes pestañas que, al parpadear proyectaban sombras mas allá de que había oscurecido, sobre la tez rosada de sus mejillas; de nariz respingada, fina, recta, mística, con las fosas un poco dilatadas por su agitada respiración; dibujándose debajo de ella, una boca regular, de labios sensuales que al hablar mostraban unos dientes bien proporcionados, tan blancos como la leche. De cabellos ondulados, negros azabache, raya al medio, esparciéndose hasta debajo de sus hombros, tratando de ocultar sus orejas de la cual pendían unos extraños aros. Advertí que el inconmensurable atractivo de su semblante evidenciaba una expresión virginal, casi de niña quinceañera en plena etapa del florecimiento de su juventud.
-¿de vacaciones por aquí?- indago sin rodeos.
-obligadamente- conteste.
-¿obligadamente?- pregunto con un tono pitorreo.
-me dejaron sin trabajo. Necesitaba escapar lejos- respondí autosugestionándome.
-dichoso de ti que te vas de vacaciones habiendo perdido un trabajo- dijo soltando una carcajada.
-¿y a ti que te trajo por estas tierras?- pregunté.
-Necesitaba paz, descansar del ruido, dejar que mi alma se relaje un poco- dijo soltando un fino suspiro.
-Parece que coincidimos- acote mirando como acomodaba su cabellera detrás de sus orejas.
-ven siéntate, no te cobrare por acompañarme- dijo -solo si prometes no enamorarte de mi- agrego burlándose quizás de mi aspecto pálido. Esboce una cuasi sonrisa tratando de relajar el pulso de mis venas que latían aceleradamente. No había motivos para sentirme de tal forma, pero el solo hecho de su presencia tan cerca de la mía hacia vibrar tenazmente la percepción de la realidad, poniendo en jaque mis sentidos.
-¿ya conocías este lugar?- pregunto
-Es la primera vez que vengo aquí, pero siento como si ya hubiera estado antes- respondí.
-Yo había venido cuando era pequeña con mis padres, de vacaciones familiares- dijo sosegando sus palabras mientras sus ojos se cristalizaban y su faz trataba de camuflar la aflicción que iba trepando por los poros de su piel aterciopelada.
-La muerte de mis padres me enseñaron que soy mortal- agrego pausadamente, -Ahora que ya no los tengo conmigo, haber venido hasta aquí me hace sentir que los tengo cerca- dijo exorcizando su pena mientras un pequeña lágrima humedecía sus mejillas dejándose caer en la arena. La vi tan indefensa que sin saber que decir ni que hacer, inconcientemente, pase un brazo sobre su hombro. Habrá sido para acompañar su dolor, pero ella se acerco para que pudiera tomarla. Creí que se entregaba, de un modo incompresible, sin saber siquiera quien era yo. No se como explicarlo, pero fue como si ambos supiéramos mas que lo que podíamos ver.
La noche estaba clara, tanto que el lago parecía un espejo en el cual destellaban los luceros; un coro de ranas y grillos se entremezclaban con el ruido del golpe de las olas. Desato el pañuelo que llevaba atado en su cuello y lo froto en sus ojos delicadamente.
-la noche es joven y nosotros también- dijo mientras la sonrisa le devolvía una traza alegre. Se puso de pie y estrecho su mano hacia mi, al tacto pude sentir su piel firme y sedosa que daba la sensación de haber sido pulidas tenuemente. Cuan finos y largos eran sus dedos reparaban en mi la impresión de estar acariciando la mano de una pianista, mas allá de que así no lo fuera.
-si gustas podemos dar un paseo por la ribera- propuso poniéndose en marcha, -pero antes deberíamos comprar algo para beber- agregó. Giramos nuestra vista tratando de encontrar un negocio por allí; a no menos de cien metros avizoramos un almacén, las luces todavía seguían encendidas.
-Buenas noches ¿me vende una botella de agua?- dije a la mujer que atendía. De repente una carcajada rompió la quietud del lugar.
-¿una botella de agua?, ¡por favor! ¿Qué vienes de retiro espiritual?- dijo burlonamente.
-que sea una de vino por favor, y la mas grande- dije retrucando la apuesta.
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