Como nunca me levante sin desear “diez minutos mas, solo diez minutos mas” . El sol entraba por la ventana derramándose por toda la habitación. Era demasiado temprano, no había apuros para llegar al trabajo. Evite desayunar, quería salir afuera para presenciar como iba despertando de apoco el pueblo.
Había olvidado los cigarrillos sobre la mesa de luz, pero ya estaba en camino, no podía volver atrás. A pesar que era verano, sentía que la primavera paseaba junto a mi, podía verla en cada flor, podía sentirla con el roce del viento en mi rostro, podía llenarme los pulmones de ella con tan solo respirar. “Del rico aroma que me pierdo por andar fumando” pensé, “seria bueno dejar el habito” me propuse.
De camino siempre cruzaba por una placita que a estas horas siempre estaba solitaria, las hamacas y los subí-bajas no rechinaban a causa de los niños que jugaban por las tardes allí. Sin embargo hoy era distinto, había niños jugando por todos lados, un grupo corría detrás de una pelota en una contienda amistosa que acaparaba la atención de las niñas. Otro grupo saltaba una cuerda, había quienes se turnaban en la hamaca y estaban los que polemizaban el turno para subir al trencito, que extrañamente hoy había llegado mas temprano que de costumbre. Me detuve a mirarlos, por segundos me sentí parte de aquel batallón de Ángeles, era niño otra vez. Podía verme corriendo detrás de las burbujas de detergente que un payaso soltaba en el aire. Saltábamos intentando alcanzarlas, sentía que saltaba tan alto que podía tocar las nubes. En mi cuerpo de adulto se dibujaba una sonrisa de niño, ese niño que llevaba dentro y que hace tiempo no salía a jugar como en esta mañana.
Saque un pañuelo, frote mis ojos y continúe, recordé que debía llegar al trabajo. Caminaba escuchando el canto de los pájaros que revoloteaban entre las ramas de los lapachos florecidos, “que raro, la época de los lapachos es entre septiembre y octubre, no en enero” pensé. De cualquier modo no intenté buscar una explicación lógica, la mañana era distinta, hermosa.
Un niño intentaba trepar un árbol, me acerque para ver si podía ayudarlo, era pequeño y no se encontraba ningún mayor cerca. Recordé cuando era como él, debía de haber tenido 5 o 6 años quizás, me puse en la piel del hombre araña para trepar un jacarandá que se había adueñado de la cometa que me había regalado papá. No tenia noción del peligro que representaba subir hasta allí para rescatarla, lo cual fue motivo para resbalar y terminar en el hospital. 5 puntos y un buen reto de mamá a causa de una rama puntiaguda que se me había clavado a la altura del ombligo. No seria preciso que él experimentara ese momento poco divertido para un niño. Estudie la situación, después de todo no estaba tan alto. <déjame ayudarte le dije al niño>, subí un poco, sacudí la rama del árbol y la pelota cayó. <Gracias> dijo el peque sacando una golosina de sus bolsillos para regalármela, <voy a contarle a mi mamá que acabo de conocer a un superhéroe> me dijo y salio corriendo con la pelota debajo del brazo. “Hoy eres un superhéroe” me dije a mi mismo.
Estaba a mitad del camino, me detuve en un quiosco a comprar cigarrillos, toque las palmas y note que una fragancia muy aromática salía desde adentro. Una mujer guapetona pregunto que se me ofrecía, <tiene cigarrillos> conteste. Hizo un gesto negativo con la cabeza diciendo que solo vendía golosinas y víveres. <Disculpe, ¿de que es ese aroma tan agradable?> pregunte a la mujer, ella se perdió por la puerta y en menos de un segundo apareció con una flor entre sus manos. <perfume de rosa, el olor fresco de la vida> dijo obsequiándome la misma. Agradecí el gesto y me marche, no había conseguido los cigarrillos pero tenia una bella rosa que me había obsequiado una desconocida, lo cual ya era bastante reconfortable. “¿Qué acción buena hice para merecer tantas cosas lindas hoy?” me pregunté a mi mismo.
Como si el tiempo cabalgase a los trotes sin perdón alguno, note que no faltaban mas de quince minutos para mi horario de entrada en el trabajo y todavía me faltaban como quince cuadras. Apure un poco el paso, alterando el ritmo de las alegrías, no opacándolo porque iba a llegar tarde, tal cual sucedió.
Subí las escaleras hasta mi oficina mientras reparaba en mi mente la cara “no muy agradable de mi jefe” por mi falta de responsabilidad. Intentaba buscar escusa que justifique mi demora, pero lo cierto es que no podía mentir, de todas formas no sonreiría si le contara todo lo maravilloso que había sido el trayecto de casa a la oficina.
<Permiso> dije al pasar por su escritorio. <Ven un momento> dijo. “La que me espera” pensé. <¿Un café?> pregunto. Mis ojos saltaron de mi cara de tal sorpresa. Él casi siempre llegaba con cara poco amigable y nunca, en todo el tiempo que llevo trabajando, había tenido un gesto tan amable conmigo. <Si, gracias> dije creyendo que no seria propio rechazar una invitación de él, tal cosa seria una ofensa, o al menos así lo creía. <Que hermosa mañana> objeto al mirar por la venta, <Realmente una hermosa mañana> agregue pensando en todo lo bueno que había pasado. De repente comenzó a sonar mi celular, algo malo tenia que pasar. No permitían el uso del mismo en mi trabajo. <Disculpe, olvide apagarlo> me excuse. <Sin cuidado, atiende tranquilo> me dijo sin cuestión alguna. Saque el aparato del bolsillo, parpadee un instante y mire, no era una llamada, era la alarma que decía “LEVANTATE, ES HORA DE IR A TRABAJAR”…
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